Los últimos meses han traído cambios significativos en mi vida. De ser quien usualmente se despide y parte, me he convertido en quien se despide y se queda. Primero, fue la despedida de amigos muy queridos que abandonaron su vida de expatriados en México, y después vino la partida de mi hija Emmita.
Por eso es que esta entrada llevaba ya varios meses marinándose, precisamente desde que escuché a un podcastero citar un verso de Rilke, que decía: «Así vivimos, despidiéndonos siempre». Déjenme decir que escucharlo me provocó un sentimiento de certeza y, al mismo tiempo, de abandono. Porque me sentí reflejado en la obviedad de lo que ya he sabido durante tanto tiempo: que mi cotidianidad está hecha de recuerdos y de las ausencias de quien abandona.
También pensé que, en el proceso de madurar y de crecer, muchos de nosotros hemos ido normalizando el acto de despedirnos. Lo que antes era una labor ocasional y extraordinaria, en la que veíamos a familiares lejanos regresar a casa en diciembre, se nos ha convertido en una actividad corriente y mundana que no tiene fecha específica. Una suerte de golpe bajo de la vida, diría el cínico que ve las cosas desde la distancia.
La frase de Rilke siguió resonando en mi mente por algunas semanas más y se hizo más punzante en cada fiesta de despedida a la que asistí en los últimos meses. Creo que porque me recordaba que yo seguía siendo fiel a un patrón de comportamiento en el que, a pesar de todo, terminamos por despedirnos de unos amigos, para recibir a otros que llegan. Pero había otra idea que me daba vueltas en la cabeza, y que tenía que ver con lo que queda después de que alguien nos dice adiós.
Ese fue el primer acercamiento a un poema que empecé a escribir con la frase de Rilke como epígrafe y que titulé “Alone again and again”, acompañada de un momento solemne de la cultura popular de la década pasada que todavía hoy me emociona cuando la veo. Estoy hablando de la escena final de Six Feet Under, en la que Claire Fisher se va finalmente de su casa y deja a su familia atrás. (Para verla, haz clic aquí).
De todas las despedidas que he sufrido recientemente, la de Emmita es la que sigo sintiendo más hondamente. Ahí está. Lo digo y no me sonrojo, aunque llore. Porque “irse no es trabajo exclusivo de hombres”, como lo he dicho en poemas anteriormente y este era un momento que, como familia, propiciamos y recibimos como parte de la evolución normal de nuestra vida. Lo que resiento y lo que me cuesta digerir se resume en la frase lapidaria también de esa escena de Six Feet Under: “You can’t take a picture of this. It’s already gone”.
Durante años, Emmita me rogó que le contara una historia de su nacimiento y yo me inventé una versión que empezaba a narrar siempre con un melódico “El día en que tú naciste fue un viernes (…)”. Quizá esa será la frase que siempre recuerde cuando piense en ella, incluso cuando la vejez me haya dejado algunos poquísimos recuerdos. Supongo que es por el orgullo de saber que como papá logré perfeccionar una historia para entretener por varios años a una niña con una curiosidad especialmente desarrollada.
Pienso en Emmita y me siento feliz, así su vida presente y futura vayan ahora en paralelo con la mía. Me queda el saber que en alguna parte del mundo, siempre habrá una lista en Spotify para el recuerdo de momentos que fueron especiales en nuestros primeros años juntos. Para escuchar el playlist, haz click aquí
Para finalizar, dejo aquí un extracto de la primera parte de “Alone again and again”, que todavía está en construcción, como una suerte de homenaje a todos los que se han ido de la vida cotidiana en este último tiempo (ustedes saben quienes son):
Alone again and again
Así vivimos, despidiéndonos siempre.
Rainer María Rilke
You can’t take a picture of this. It’s already gone
Nate Fisher, Six Feet Under.
Cuando ya no seamos
alguien pasará revista a los olores de antes
a las imágenes de las ciento y tantas mañanas desayunando juntos
que con el tiempo se hicieron difusas
Pasaremos revista
quizá haciéndonos los de la vista gorda
a los recuerdos nítidos de un niño que una vez hizo parte de una familia
que cenaba a las siete y treinta
al recuerdo victorioso jugando fútbol en el parque al frente de mi casa
al recuerdo implacable de las tantas tardes de escuchar “Solución a su problema” junto a mi madre.
El dia en que tú naciste fue un viernes,
era la frase inicial de esa historia que le conté a mi hija tantas veces
la misma que rogaba recitar tantas y tantas tardes
y que terminé perfeccionando día tras día.
Me queda la sensación de que nunca más
volveremos a vernos
o a estar juntos en el mismo cuarto
con ese mismo instante.
Me tomó tanto tiempo darme cuenta de que
las despedidas y la muerte
son huracanes continuos
Una suerte de pasajes comerciales impertinentes
de los que solo se ven en el centro de Medellín entre Junín y Sucre (…).
CDMX, octubre 19 de 2024
6 respuestas
Muy sensible tema que logras materializar con especial tino. Felicidades.
Muchas gracias por tu comentario, Jose.
Algunos nos dedicamos a correr por la vida, y cuando encontramos ese amigo que nos ayuda a detenernos y observar lo que se está viviendo, es algo que vale más que todo en el mundo. Gracias por ser ese siempre, el que inspira a admirar.
Súper lectura!!!
Alvareto, sabes que me haces falta y que tu amistad ha sido un regalo inmenso de la vida. Gracias por tus palabras.
Amigo,, la poesía es una excelente manera de expresar sentimientos, y las despedidas son y serán un vacío estomacal difícil de expresar en palabras pero en tus letras parecen fáciles, el arte de soltar es un proceso q no tiene escuela y decir adiós o hasta luego será una efímera forma de llorar con palabras.
Hasta pronto querido poeta!
Me gusta la idea de institucionalizar “el arte de soltar”, porque sugiere que definitivamente hay cosas que aprender en el ejercicio de despedirse y de pasar la página, para poder seguir viendo. Gracias por tu comentario, Cami.