En octubre de 1993, el diario El Colombiano de Medellín, publicó un artículo de Alberto Aguirre sobre Gonzalo Arango en el suplemento literario. Ahí descubrí por primera vez al nadaísmo y su fundador, con nombre y cara completos. Me pareció un personaje fascinante y me encantó también la foto de un “Gonzaloarango” (como firmaba sus escritos) que acompañaba el artículo, y que tenía una cabellera prominente, como la que yo anhelaba tener en esa época. Durante muchos años guardé esa foto, hasta que se volvió amarilla en mi pieza, con el paso del tiempo.
1993 siempre será un año vórtice para mí, porque fue el punto de quiebre de mi vida adolescente de antes y la llegada con las botas puestas a la adultez, justo antes de mis dieciocho años. Fue el año en el que me fui por primera vez de mi casa a vivir en un pueblo diminuto y remoto en el sur de los Estados Unidos. Con esa partida, también llegó una incipiente independencia de pensamiento, que me trajo soledad cuando regresé a Medellin, varios meses más tarde. Porque la vida de mis 17 ya empezaba a pedirme más compromiso, más vivencias, más libertad, más mirarla a la cara sin miedo, y eso casi siempre implicaba encontrarme solo y perdido, de una manera o de otra.
La lectura del artículo sobre Gonzaloarango fue un encuentro feliz con una figura triste y emblemática de las contradicciones enormes que sigue habiendo en Medellín. Saber del nadaísmo, significó darme cuenta de una cara de Medellín que no había visto antes, o que quizá no había querido ver hasta entonces. Una en donde ser distinto era complejo y en el que la distancia entre la “gente bien” y “los otros” era casi insalvable. Faltaría a la verdad si dijera que los años que siguieron fueron fáciles. La verdad es que se hicieron más llevaderos gracias a los amigos que vinieron en los años de universidad, sumado al hecho de que la vida me fue poniendo gente distinta en el camino, y me fui sintiendo parte de “los otros”.
¿Por qué hablo de esto hoy? Porque el epígrafe central de «Princesa estrábica busca» (Valparaiso Ediciones, 2023) es un homenaje a Gonzaloarango y a su relación problemática con Medellín, que terminó siendo parecida también a la mía cuando hace casi 30 años decidí que lo mío estaba en la escritura y la poesía, y no en la venta de celulares y beepers o en tratar de ser un ignaciano ejemplar:
«Medellín, nunca comprendiste la humilde gloria de tener un poeta errando por el corazón desierto de tus noches considerándote mi hogar, mi amante y mi única patria. (…)» (Gonzaloarango)
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CDMX, Marzo de 2025

2 respuestas
Es una verdadera sorpresa para mí, tu pensamiento de sentirte sólo.
Gracias por tu comentario, mami. La soledad es un motor poderoso y útil para pensar en cosas distintas. No creo que sería quien soy hoy, de no haber sido por mis ganas de querer descubrir nuevas facetas de la vida.